La oración: Nuestra interminable conversación con Dios

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young man praying in church

La oración de petición es una de las formas más comunes de oración. Todos tenemos necesidades, y es natural elevarlas a Dios. (Photo: Paulina Krzyżak, Flickr)


VIVO EN EL DESIERTO. A esta altitud, agradezco tener una pequeña y soleada alcoba para los meses de invierno. Está equipada con unas cuantas sillas cómodas, plantas de interior y una pequeña mesa con suficiente espacio para una taza de café, un breviario y un rosario. Este pequeño espacio se ha convertido en mi lugar preferido para rezar.

Todas las mañanas me preparo un café y me dirijo a la alcoba. A veces me acomodo en una silla con mi taza durante una hora sin hacer nada que se pueda observar. O puedo cantar salmos del breviario. Puedo rezar un Rosario, dedicando cada decena a algún grupo del mundo: padres, refugiados, líderes. La mayoría de las mañanas digo en voz alta los nombres de amigos necesitados, contemplando sus preocupaciones con tierna atención. Los visitantes me han dicho que me siento allí y sonrío mucho. Inhalar el aroma del café, sentir el sol en mi piel, seguir los impulsos de mi corazón en oración, parece que hay muchos motivos para sonreír. Es un nuevo día, y yo soy parte de él.

Pero uno podría preguntarse: ¿Por qué hacer esto? ¿Por qué tomar una hora de vida cada día y aparentemente tirarla por la ventana? ¿Qué ocurre exactamente cuando rezamos? ¿Qué esperamos que haga Dios en respuesta a nuestras súplicas? ¿Cambia algo realmente después de rezar?

La oración es un componente básico de la vida de los creyentes. Rezamos cuando vamos a Misa, nos sentamos a comer o nos enteramos de que un ser querido tiene problemas. Algunos tenemos hábitos de oración que practicamos fielmente, por la mañana o por la noche; cuando arrancamos el coche o empezamos una tarea importante. O podemos rezar "cuando es necesario"— cuando las cosas no van bien, o cuando nos sentimos muy contentos por buenas noticias y queremos chocar los cinco con el Poder Superior.

Aunque hay varios estilos fundamentales de oración —alabanza, acción de gracias, intercesión, lamentación y confesión, entre otros— la oración más común es la de petición. Petición significa simplemente que tenemos un pedido que hacer. Suele ser muy específica. Y como tenemos a una persona o situación muy presente cuando ofrecemos esta oración, anticipamos un resultado que atienda nuestro pedido. Esperamos que nuestro amigo consiga el trabajo. Deseamos que nuestra tía reciba noticias alentadoras del médico. Tememos que se esté generando violencia y deseamos que no se produzca. Puede ser que estemos luchando por escapar de una circunstancia aparentemente ineludible, y buscando una solución de proporciones milagrosas.

Por supuesto, Dios no es una máquina de chicles. No ponemos 25 centavos de oración en el intercambio cósmico y obtenemos el valor de 25 centavos de rescate de la transacción. Nuestra cultura de consumo nos hace dados a esta forma de pensar. También podemos imaginar que nuestro trabajo en la oración es persuadir a Dios para que haga lo correcto—y que el trabajo de Dios es aceptar nuestro consejo. Podemos sentirnos frustrados cuando parece que hemos hecho nuestra parte y Dios no ha cumplido. Pero si nuestra petición no compra algún bien celestial, ¿para qué sirve?

Catholic church altar with many lit candles
Los católicos llevamos mucho tiempo encendiendo velas como signo visible de nuestras peticiones especiales de oración. Esto nos ayuda a considerar cómo entran nuestras peticiones en nuestra relación de oración con Dios. (Photo: Nelson Ndongala, Unsplash)

Dios habla; la oración es nuestra respuesta

Parte de nuestra confusión puede estar en que tendemos a ver la oración como el inicio de una conversación—a la que esperamos que Dios responda. La oración se entiende mejor como una respuesta. La actividad divina en el mundo está en primer lugar. La auto revelación de Dios es la única razón por la que sabemos a quién dirigirnos en este intercambio. Por lo tanto, la oración no requiere una respuesta, sino que ES la respuesta. A partir del Génesis, Dios habla primero. Nuestros esfuerzos en la oración son un intento de respuesta.

El teólogo Timothy Lenchak identifica cinco elementos de la oración en las Escrituras que describen su significado. En primer lugar, la oración es omnipresente. No se limita al Libro de los Salmos, sino que aparece en todas partes de nuestra historia sagrada. Adán y Eva hablan con Dios de manera familiar. También lo hace su hijo Caín, incluso después de matar a su hermano. Abraham intercede por la condenada Sodoma con bastante audacia. Moisés no teme desafiar a Dios cuando no está de acuerdo con la dirección del plan divino. Los líderes militares rezan por la victoria en las próximas batallas. Los profetas rezan por (y a veces contra) las comunidades a las que representan con una franqueza que puede hacernos estremecer. Está claro que la oración no es un privilegio de sacerdotes y reyes. Es un canal abierto a cualquiera, en cualquier momento—público o privado, en el templo, en casa o en el desierto. Es una conversación accesible al pecador y al sabio.

En segundo lugar, la oración bíblica se presenta como una obligación. Dios inicia la conversación; se espera una respuesta. Cómo responder es una cuestión abierta, ya sea en forma de gratitud o de duelo, de alabanza o de desahogo, de petición de lo que necesitamos o de admisión de que hemos metido la pata. La pauta bíblica es un control diario. Considera cómo Jesús se retira para rezar regularmente antes, durante y hasta la última noche de su misión en la Tierra.

Además, la oración es personal. Incluye todo nuestro ser y nuestra historia. No rezamos en el vacío, sino en el contexto de nuestro propio tiempo y lugar. Nuestra oración, por lo tanto, debe ser honesta, expresando quiénes somos y cómo es esta hora de nuestra realidad humana. Un yo falso o segregado nada aporta a la conversación con alguien en quien se confía—sobre todo con Dios. Jesús modela esta franqueza en el Huerto de Getsemaní, cuando le dice a su Padre que preferiría no ser entregado a sus enemigos. Si Jesús no dijera esto, estaría omitiendo una parte vital de sí mismo y su oración sería irreal.

Por otra parte, la oración bíblica supone un contexto de alianza. Es decir, es más amplio que tú o yo. Cada uno de nosotros entra en la conversación con Dios como miembro de una comunidad de fe. Esta comunidad tiene una larga historia de relaciones con Dios, algunas de ellas hermosas y confiables, otras indiferentes o desleales. Se hicieron promesas y muchas se rompieron. Nuestra comunidad de fe tiene una historia con rituales sagrados, leyes y un propósito. El nuestro es el Dios de Abraham y Jacob, Isaías y María. Añadimos nuestros nombres a esa lista cuando entramos en actitud de oración.

Por último, la oración es efectiva. Esta puede ser la parte más difícil de apreciar, ya que a menudo rezamos y no obtenemos los resultados que esperamos. Sin embargo, considera que, incluso en la Biblia, mientras el Mar Rojo se abre, las sanaciones ocurren, y las batallas con pocas probabilidades son frecuentemente victoriosas, la oración no siempre ofrece este tipo de retorno de la inversión. A Abraham se le promete una tierra propia. La única parcela que le pertenece es la tumba que compra para su mujer, Sara. En la historia de los Macabeos, siete hijos fieles profesan su lealtad a Dios y se niegan a profanar ese pacto comiendo cerdo. Cada uno de ellos, a su vez, es ultimado por el enemigo. Jesús reza para que la copa de sufrimiento no le alcance, pero no es así.

Es esa oración angustiada de Jesús en el huerto la que nos enseña lo que necesitamos saber sobre la oración de petición. Jesús es sincero sobre lo que teme y desea. Sin embargo, reza para alinear su voluntad con la de su Padre mientras recorre el camino que se abre ante él.

Así es como entendemos que la oración es efectiva cuando es evidente que no da lugar al éxito tal como lo definimos. Recuerda que la oración no inicia una conversación, sino que responde a una que ya está en curso. Entrar en esta conversación es un acto de confianza en Dios. En la decisión de orar, nos encontramos y ya no estamos solos con nuestras penas. ¿Es un "éxito" compartir nuestro yo más auténtico con un amigo cercano, aunque nuestros problemas no desaparezcan?

Ingredientes esenciales: honestidad, franqueza

Mi mejor amiga Erin murió el año pasado de forma bastante repentina. Había sentido un dolor abdominal y tenía problemas para respirar, así que fue a urgencias. Erin esperaba que le dieran una pastilla y la enviaran a casa. En lugar de eso, terminó en el centro de cuidados paliativos. Cuando me llamó desde el hospital, las dos estábamos en shock, y rezamos para que le propusieran algún tratamiento que le diera más tiempo. Queríamos que la marea de esta crisis médica se revirtiera. ¿No querría Dios lo mismo que nosotros? Sin embargo, a medida que pasaban las horas, el estado de Erin empeoraba. Muchos de los síntomas no podían resolverse. Si vivía —una posibilidad marginal— la vida que se le devolvería sería de gran sufrimiento.

A la semana de la crisis, Erin pidió que dejáramos de rezar por su recuperación. Quería rezar para saber morir y hacerlo bien. Nuestra petición cambió a medida que comprendíamos más profundamente la situación. No rezaríamos por un resultado que nunca podría ser. Más bien, rezamos con la situación para que Erin se pusiera con confianza en las manos misericordiosas de Dios.

Recorrer un camino santo por la vida significa caminar con Dios, dondequiera que el camino nos lleve. Cuanto más confiamos en que Dios nos sostiene, más apreciamos que cada oración que hacemos es un éxito. Cada día es un nuevo día. Tu oración te hace plenamente partícipe de él.

Alice Camille
Alice Camille es una escritora conocida a nivel nacional, educadora religiosa y directora de retiros. Cada mes escribe la columna de VISION "Questions Catholics ask" en línea y la columna "Discernment matters" en el boletín E-Vocation.

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